lunes, 12 de junio de 2017

LECTIO DIVINA: Orar con la Palabra


Una de las cosas que más llama la atención a la hora de acercarse a la revelación que Dios nos ha dado por medio de su Hijo y Palabra eterna, es su continua inmersión en la historia. La Sagrada escritura pone al inicio de la creación una Palabra, la Palabra divina que puede realizar la Voluntad de Dios “el Señor todo lo que quiere lo hace” (Sal. 135, 6). Efectivamente, la Palabra de Dios, en cuanto que  expresión de su Voluntad tiene la capacidad de realizarla, sin embargo no es por ello una Palabra tiránica, la despótica manifestación del querer de un dios más preocupado por su propia gloria que por el bien de los hombres. 
Es una Palabra que inicia un recorrido en el que la mayor distancia la completó ella que, pronunciada por la boca del Altísimo, resuena en nuestros oídos como una continua declaración de amor “Con amor eterno te he amado” (Jer. 31, 3), por eso, aunque el hombre se haya alejado de Dios, queriendo abandonar sus mandatos, Él, cual Padre amoroso, siempre tuvo continuo cuidado de sus hijos. 
Así cuando el pueblo de la antigua alianza estaba oprimido por la violencia del Faraón en Egipto, fue Dios y el poder de su brazo quien los liberó, pero el Pueblo, ante el monte no veía imagen alguna solo escuchaba una Palabra (cfr. Dt. 4,12), es esa misma Palabra que llegada la plenitud de los tiempos fue pronunciada por el Santísimo Padre del cielo por medio del arcángel San Gabriel (Carta de San Francisco a todos los fieles, II redacción) y en el seno virginal de la doncella de Israel, esa Palabra, que en el principio estaba con Dios y era Dios (cfr Jn 1, 1) se hace carne y habita entre nosotros (Cfr. Jn 1, 14)
De esta manera, la Palabra que había iniciado la historia de todo cuanto existe, que liberó al pueblo del dominio del Faraón, ahora, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo y en el extremo de ese amor (cfr Jn. 13, 1) vuelto al Padre dice:aquí estoy señor para cumplir tu voluntad” (Hbr. 10, 7) y mediante su cruz, sangre y muerte nos ha salvado (Primera Regla de San Francisco XXIII) 
De modo que hacer Lectio divina, no es un simple ejercicio de piedad es afinar el oído para poder meditar en la mente y recibir en el corazón a aquel que es el camino para llegar al Padre la verdad eterna y la vida que nos colma de alegría. 
De modo que si deseas hacer Lectio divina, disponte separando un tiempo prudente y haciendo silencio para que la Palabra encuentre una tierra preparada y pueda dar fruto bueno en ti. Pide también la asistencia del Espíritu Santo que es quien nos conduce a la verdad. 
Ahora lee el texto y no lo hagas decir lo que quieres oír, déjalo que te diga lo que debe decirte, pregúntate ¿qué dice el texto? y si hace falta, lee el texto cuantas veces sea necesario. Este escalón se llama Lectio (lectura)
Ahora pregúntate ¿Qué te dice el texto a ti en este momento? No pienses en nadie más y deja que la Palabra te interpele, pregúntate ¿Qué te mueve? y no apures tu respuesta. Será bueno que sigas el consejo de San Ignacio de Loyola y pidas de Dios “conocimiento interno de tanto bien recibido, para que interiormente conociendo en todo pueda amar y servir” Este momento se llama Meditatio. (meditación)
Luego pregúntale a Dios ¿Qué quiere decirte? Y nuevamente no apures su respuesta deja que te responda como él desee y trata de abrirte a su respuesta. Entonces estarás en la Oratio. (oración)
De la oración pasarás al silencio de la contemplación y en ella descubrirás como responder a Dios que ha pronunciado tu nombre con la dulzura infinita del Padre, como un hijo que se duerme tranquilo en sus brazos. Y esto se llama Contemplatio. (Contemplación)
A la contemplación le seguirá la vida en la que harás obra cuanto has experimentado en la Lectio divina, pues como dice san Ignacio de Loyola “El amor se ha de ver más en las obras que en las palabras”. Y así harás la Actio. (Acción)
La Lectio es como el movimiento del corazón pues entrará en ti la Palabra y hará que en ti haya vida y vivas bien. Espero que este ejercicio te sirva y des fruto abundante.

Emmanuel Barrientos







lunes, 5 de junio de 2017

ES DE VALIENTES SER SANTOS

El corazón del hombre arde de sed, de hambre, de un deseo infinito de Dios, de un querer llenarse el alma con la gracia de aquel que le ha dado la vida y que a pesar de la propia realidad, de su pasado, de su historia, lo sigue llamando a servir, a dar su vida, a dejarlo todo y seguirlo y llevar con pasión el mensaje de la Buena Nueva anunciada por el mismo Cristo, quien durante toda su vida, no hizo más que cumplir a cabalidad con la voluntad del Padre y así rendirle gloria y honor a Él.

Y es que cuando a un hombre su corazón le late con tanto celo, no le queda más que rendirse al amor que lo provoca, que lo hace sentir así, que le inunda sus pensamientos, que lo plenifica y que lo guía en función de su propia santidad y la de sus hermanos. Es por ello, que al dar el sí, no se debe caer en la zona de confort ni sentir la confianza de que a partir de ahora todo será más fácil, al contrario, se debe incrementar esfuerzos, se debe redoblar la constancia en la oración, en la propia purificación y en todas las herramientas de que se disponga para la salvación del alma y de dar mayor gloria a Dios.

En medio de tanto ruido que ofrece el mundo, es muy fácil prestar oídos sordos al llamado continuo a la santidad y con ello, desviarnos de la ruta que nos ha de conducirnos al encuentro con el Señor. La sociedad está de cabeza y quién ignore esta realidad podría perder la suya en medio de tanta violencia absurda, de tanta degeneración de la persona, de tanto irrespeto por la dignidad de ser y de el odio que carcome la propia existencia de un hombre que por querer buscar la libertad según los criterios humanos, ha terminado siendo esclavo de sus propias cadenas.

Es de valientes ser santos en este momento histórico, en que los placeres se han vuelto más importantes que la dignidad, en que el respeto ha pasado a un último plano y se ha convertido en un privilegio exigido inclusive con violencia por algunos que creen que libertad  es que el mundo gire en torno suyo y que la verdad sea vista como un monopolio donde ellos sean quienes tienen la razón.

Hay que ser valientes hoy más que nunca, tomar nuestra cruz y emprender el camino donde podamos servir con ejemplo, santidad y misericordia a todo aquel que sufre, pues es mi hermano, y nunca podría serme indiferente a mí como persona y recordar que la mejor manera que tiene un cristiano de defender la fe que profesa es siendo imagen viva de Cristo en la tierra, llevando amor donde haya odio y siendo luz en medio de la oscuridad.

Ad Maiorem Dei Gloriam.

Dr. Alonzo Álvarez


viernes, 2 de junio de 2017

COMENTARIO DEL EVANGELIO: PENTECOSTÉS

Del santo evangelio según san Juan (20,19-23):
Espíritu de Libertad y reconciliación.
Ahora que estamos por concluir este gran domingo que es la Pascua la Iglesia nos vuelve a colocar en medio del cenáculo con las puertas cerradas, porque los discípulos estaban dominados por el miedo. De nuevo el resucitado se aparece en medio de nuestra vida para entregarnos su Espíritu, ¿Qué produce en sus discípulos, en nosotros, el Espíritu Santo?
En primer lugar produce paz, pero no la paz fría de los cementerios, la Paz que trae en Espíritu de Jesús tiene más que ver con la vida nueva que viene de Dios, que con la quieta calma del que deja pasar la vida delante de sus ojos sin hacer nada, en segundo lugar el Espíritu Santo nos reconcilia y nos envía como mensajeros y testigos de la reconciliación, porque nos lanza por los caminos del mundo para construir un mundo nuevo en el que sea posible la vida feliz del hombre libre de miedos, renacidos en la resurrección de Jesús.
Emmanuel Barrientos
Fraternidad EG
Pidamos a Dios nuestro Padre que nos envíe el Espíritu Santo como lo envió en Pentecostés a su joven Iglesia.
Oh Dios, Padre nuestro: Haz, te pedimos, que el Espíritu Santo nos sorprenda con el don del ardor y del vigor cristianos; que nos rejuvenezca y nos renueve como lo hizo con los miembros de la Iglesia recién nacida. Que tu Espíritu renueve nuestros días, nuestro amor y nuestra vida; que nos traiga ternura y alegría junto con apertura y acogida para con todos; que nos fortalezca con valentía y coraje para defender y apoyar todo lo que es recto y justo. Que el mismo Espíritu nos una en su amor y nos lleve a ti.Todo esto te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. 

#FRASE DEL DÍA


jueves, 1 de junio de 2017

#FRASE DEL DÍA


Y PRACTIQUÉ LA MISERICORDIA CON ELLOS


Reflexiones sobre la práctica de la misericordia en la periferia
Cuando san Francisco estaba por pasar de este mundo al Padre, hizo un recuento del camino que había recorrido, en el que descubría la constante presencia de Dios, ese que tuvo un punto de inicio el momento en el que Dios tocó el alma del pobre de Asís y lo hizo dejar la casa de su padre con sus riquezas para seguir pobremente al que para salvarnos, eligió ser pobre. 
Ese día en el que Dios suscitó en el hermano de Asís el deseo de seguir las huellas de Nuestro Señor Jesucristo quedó grabado como a fuego en el corazón de San Francisco ¿Qué pasó ese día? San Francisco nos lo dice en una brevísima frase: “el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos” (Test 2). Y te preguntarás ¿entre quiénes fue conducido San Francisco? Te responderá el mismo Santo: entre los leprosos y ¿Para qué fue conducido entre leprosos? Te dirá el pobre de Asís: para practicar la misericordia con ellos. 
San Francisco sabía que fue la gracia de Dios la que hizo posible que se rompiera la distancia que entre aquella población marginal, periférica, de hombres y mujeres muertos en vida y él, un joven de vida regalada y cómoda que sabía de fiestas y mujeres, al que poco le importaba el pobre y le asqueaban los leprosos. 
Si Dios no hubiera tocado su corazón, San Francisco de Asís no habría besado al leproso, no habría comenzado a andar su camino de conversión. ¿De qué, pues, puedes gloriarte? ¿En hacer obras de misericordia acaso? O ¿es tu erudición lo que te dará gloria? No, todo esto te ha sido dado, es un don de Dios el que seas misericordioso, eres por tanto un siervo inútil que ha hecho lo que debía hacer (Cfr Lc. 17,10), entonces ¿En qué podemos gloriarnos? en esto podemos gloriarnos – dice el pobrecillo de Asís - en nuestras enfermedades (cf. 2 Cor 12,5) y en llevar a cuestas a diario la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo (cf. Lc 14,27). (Adm. 5,8)
Muchos franciscanistas piensan que el beso al leproso es al mismo tiempo el momento en el que Francisco, entrando en la intimidad del templo derruido que es la vida de un leproso escuchó la voz que desde el crucifijo a quien, en palabras del profeta Isaías, consideramos como un leproso, herido de Dios y humillado (Is. 53,4); le decía: “Francisco ve y restaura mi Iglesia que como ves amenaza ruina”
En este sentido, la reconstrucción de la Iglesia no consiste en una reforma de ritos o restauración de antiguas costumbres, tampoco consistirá en devolver el antiguo esplendor a las viejas edificaciones como si haciendo caso a las glorias pretéritas el hombre le pudiera devolver la vida a una Iglesia que rota por partes amenaza con caer, la verdadera restauración de la Iglesia consistiría, en cambio, en la devolver la dignidad al hombre desposeído de la misma, en colocar en el centro de la historia a quien ha sido arrojado a las periferias, los leprosorios se ubicaban en  las afueras de las ciudades. 
Restaurar la vieja Iglesia, es ver a los ojos al que hasta este momento solo ha sido digno de mi asco y besarle, descubrir que entre el leproso y yo no hay tanta diferencia, a la postre, los dos somos seres humanos “porque cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más” (Adm. 19, 2). 
Restaurar, en este sentido, es lo mismo que practicar la misericordia, no solamente a quienes nos aman porque “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman.” (Lc. 6,32), es misericordiar como Dios nos ha misericordiado primero; hay que recordar el barro del estamos hechos, la hondura de la que fuimos sacados. La restauración de la Iglesia nos obliga a detenernos en el hermano, a no pasar por delante, a amarle y amándole dignificarle. Por eso en este momento de nuestra reflexión es bueno preguntarse ¿Quién es el leproso hacia el que Dios me quiere conducir? 
Oír la voz de Dios consistirá, también, en oír la voz del hermano. Santa Teresa de Calcuta oyó la voz del crucificado fundirse con la voz del leproso de Calcuta y al unísono gritar: “Tengo sed” ¿buscas servir a Dios? ¿Asistirlo? El mismo Señor en el Evangelio te responde: cada vez que auxiliaste a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me auxiliaste; con razón San Juan de la Cruz afirmó que “en el atardecer de nuestra vida se nos juzgará en el Amor”
Concluyamos afirmando que haber endulzado la figura del santo de Asís, privó de la fuerza avasallante a aquel primer encuentro con el leproso en el que el pobrecillo, movido por una fuerza superior, se venció a sí mismo y dejando de lado cuantos prejuicios que se interponían entre Él y su hermano, lo besó y abrazándolo, practicó con él la Misericordia. Quien ha roto con sus prejuicios y se ha vencido a sí mismo, puede alcanzar las cumbres del amor a las que ha sido llamado.  
Restaurar la Iglesia significa practicar la misericordia, pero no la misericordia de los mediocres sino la que cosió a Cristo a la cruz, la misericordia que vence al odio, que devuelve la libertad a los cautivos y la alegría a los tristes. Es la Misericordia de los máximos, la que hace avanzar a la historia por el verdadero camino de la dignidad humana. 
Por eso, cuando san Francisco de Asís, al concluir su vida aquí en la tierra se preguntaba dónde había comenzado toda su aventura, la respuesta fue clara: “el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos.” (Test 2)


Emmanuel Barrientos. 


LECTIO DIVINA: Orar con la Palabra