Santa Clara, conocida como una princesa de Praga llamada Inés, prefirió abandonar la gloria de la cohorte, los placeres y la vida regalada de los palacios por la estrechez de un pobre conventillo, de la vida pobre de un grupo de mujeres que hacían vida religiosa como monjas clarisas; decidió escribirle una serie de cartas, en una de ellas le decía:
“Magnífico y estupendo negocio: abandonar lo temporal por lo eterno, granjearse lo celestial por lo terreno, recibir el ciento por uno y asegurar para toda la eternidad la vida bienaventurada.” (1Cta Cl. 30)
Santa Inés sabe, como lo sabía su amiga, que el ser humano es un proyecto de infinito y tiene “un corazón atormentado por la gloria de Jesucristo, herido de su amor, con herida que sólo se cure en el cielo.” (L. De Grandmaison) Aun sin saberlo, como dice San Agustín ,“nos hiciste para ti Señor y nuestro corazón permanecerá inquieto hasta que descanse en ti”. Por eso no se detiene en las cosas que, como espejismos en medio del desierto, ofrecen una alegría ilusoria, que no pueden curar la herida del corazón, que no pueden saciar la sed que solo Dios puede colmar.
Este anhelo por las realidades mayores, que pueden darle sentido a la vida del ser humano y que impulsaba las vidas de los grandes santos y de las personas que admiramos aún existe en nuestros corazones, pero la realidad que nos rodea, que ha ido dejándole cada vez menos espacio a Dios, nos ofrece otras cosas para saciar nuestra sed de infinito, ¡como si fuera posible apagar nuestra sed con lodo!
Ahí es donde se gesta la paradoja del ser humano contemporáneo pues aunque busca las realidades plenas, eternas y definitivas pero se contenta con lo pasajero y mediocre, busca la felicidad que puede darle sentido a la vida pero la cambia por placer momentáneo
Pero es aún más doloroso que tenga sed de un amor que dure para siempre y cuando se deciden a iniciar sus relaciones lo hacen pensando en que aquello no durará para siempre.
Algo no está funcionando bien, por eso en nuestros días vivimos al lado de muchos que parecen zombis, andan por la vida sin vivir, sin esperanza.
¿Qué podemos hacer? el profeta Oseas nos hace una propuesta:
» ¡Volvamos a Dios! Si lo hacemos así, él vendrá a buscarnos; vendrá como el sol de cada día, ¡como las primeras lluvias que caen en primavera!» Os. 6, 3-5 Él podrá satisfacer nuestro corazón y dará sentido a nuestra vida.
Emmanuel Barrientos.
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